Buenas tardes, queridos ateneístas, señoras y señores, amigos todos,
estoy seguro que vais a entender que antes de comenzar mi conferencia de clausura, agradezca todas las muestras de afecto y cariño que he recibido en estos días. Debo confesaros que me he visto sorprendido y abrumado por la reacción tan afectuosa y comprensiva ante mi decisión de dimitir. GRACIAS de todo corazón.
Pero como dije la semana pasada, me siento enormemente orgulloso de pertenecer a esta docta casa y seguir aportando lo que buenamente pueda como un ateneísta más. Y esta oportunidad de poder exponeros mi análisis y reflexión sobre la actual situación de España me resulta sumamente gratificante al ocupar este atril como ateneísta “de a pie”. Espero que os resulte sugestivo el tema y mi reflexión.
Con la venia, Presidente
¿Es España una utopía?
La Real Academia Española define “utopía” como “plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización” en su primera acepción. Y ofrece una segunda: “representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”. Por tanto, tenemos un punto de partida claro para ir desgranando el análisis de la situación de España como una sociedad o proyecto de sociedad que pueda ser favorecedora del bien humano. Y esa es la primera pregunta que debemos cuestionarnos: ¿España es una realidad o es un proyecto de estado?
Bien sabéis que soy un firme partidario de la unidad de España y no acepto las reivindicaciones de diversas regiones respecto a una soberanía discutible y divisible. El proceso histórico de España no es el de la disgregación si no el de la unificación. Lo fue desde 1512 con la incorporación del Reino de Navarra a las coronas de Castilla y Aragón, y así ha ido desarrollándose con diferentes incidentes, avances y retrocesos. La cuestión de la preexistencia de unos reinados, cortes o instituciones propias no justifica, en mi opinión, que en pleno siglo XXI y con el proceso de consolidación europeo puedan producirse escisiones unilaterales. Sencillamente porque la realidad ya no es la pretérita…salvo que se fabrique ahora artificialmente.
¿Castilla tenía su propia corona y cortes antes de 1512? Sí. Lo mismo que Aragón o Navarra. ¿Qué posteriormente conservaron parte de sus instituciones hasta que se disuelven y unifican en 1716 con Felipe V y el Decreto de Nueva Planta que elimina las particularidades excepto algunas peculiaridades muy concretas? Sí. ¿Pero esto justifica que la soberanía española puede dividirse en una suma de reinados independientes? Entiendo que no si se pretende ser consecuente. Vamos a tratar de imaginar que los argumentos expuestos por Cataluña, País Vasco o Galicia fuesen consecuentes en sus pretensiones de volver a la situación preexistente a 1512. Si se acuden a los antecedentes históricos, habrá que hacerlos a todos y no a la parte que interesa. Me explico. Si Cataluña desea volver a ser un territorio feudatario de la Corona de Aragón, no puede esgrimir ahora que solamente le interesa ser un espacio geográfico que se delimitó en el siglo XIX por Javier de Burgos, en forma de República y sin las instituciones que eran propias de aquella época. Sigamos.
Si Cataluña pretende sustentar su legitimidad histórica en las instituciones y forma de gobierno anterior a Felipe V, al que demonizan como verdugo de la arcadia catalana, tendrán que volver a ese momento: con rey y con territorios que no coinciden exactamente con la actual comunidad autónoma.
Lo mismo podríamos decir de Galicia o Valencia. Pero con mayor énfasis habría que desmontar la incoherencia de los abertzales que propugnan una Euskalherria que nunca existió ni como una aproximación a la actual comunidad autónoma vasca.
He empezado por un somero análisis de lo irracional de las demandas independentistas de algunas regiones porque es un problema real y el más grave que amenaza la realidad del estado español. Pero esta situación sabemos perfectamente que no ha sido fruto de la improvisación ni la casualidad. Tampoco tiene su precedente en el franquismo. El problema es más antiguo aunque algunos no quieran tampoco reconocerlo ni recordarlo.
La desigualdad económica territorial española fue una constante desde el siglo XIX. Y con la aparición de los nacionalismos en Europa, también se alimenta el sentimiento nacionalista de la burguesía catalanas y vasca, siendo las regiones más ricas y prósperas en ese momento. Entre otras causas, la pérdida del negocio con las colonias afectará sobre todo a los que ya se encontraban en la vanguardia económica de aquella España decimonónica. Y fueron las regiones que más perdieron precisamente porque eran las que tenían mayor red industrial, exportadora y comercial. Regiones como Andalucía o Castilla se limitaban a ser territorios dedicadas a la agricultura, ganadería y pesca, a excepción de algunas instalaciones industriales relacionadas con el vino, remolacha, conservas pesqueras, manufacturas del tabaco o astilleros. Por tanto, el antecedente más cercano que alimenta el nacionalismo vasco y catalán no está en la supuesta “represión” de Felipe V o de los Reyes Católicos, está en la voracidad económica de estas regiones que ya comienzan a ser tratadas con preferencias y privilegios. Estamos hablando de mediados y finales del siglo XIX donde las teorías de Sabino Arana encontrarán un terreno fértil para inocular el virus del supremacismo vasco cargado de tintes caciquiles, carlistas y aparentemente redistribuidores de la riqueza entre la propia sociedad vasca de espaldas al resto de regiones.
Como dice Fernando Savater en el prólogo de su libro “Contra el separatismo”, sigo el consejo de Nietzsche, cuando dijo que en los temas trascendentes hay que meterse como el agua fría, sólo entrar y salir.
La combinación de nacionalismo regionalista y de integrismo religioso trajo el carlismo, que orquestó guerras en el País Vasco y Cataluña o impidió que los elementos de una democracia liberal aportados por el lado emancipador de la Revolución francesa arraigasen en nuestra España. Fue la permanente subversión carlista, disfrazada o sin disfrazar, la que hundió la 1ª y 2ª República Española, siendo los separatistas vascos y catalanes los que se presentan como los autenticos reivindicadores de las esencias republicanas.
La extensión de las autonomías por España, el famoso “café para todos”, cuyo objetivo era encausar y diluir las pretensiones nacionalistas, terminó multiplicando por emulación y rivalidad los nacionalismos ya existentes. Ya antes de la guerra civil, Ortega y Gasset en “La redención de las provincias”, señaló clarividentemente que el mal de nuestro país era que los españoles vivian con gran arraigo sentimental sus pertenencias locales, basadas en el folclore y los pugilatos vecinales, pero carecían del sentido patriótico y cívico del Estado nacional que las abarcaba a todas.
El caso catalán no será muy diferente. Valentí Almirall, el precursor del nacionalismo catalán comienza a abrirse paso en torno a 1886 con su obra “Le catalanisme” donde propugna el reconocimiento de la identidad catalana diferenciando los rasgos de esta región frente al resto de España. Desde el principio, como Arana, establece la supremacía de los catalanes y la imposibilidad de conciliación con los “castellanos”. Plantea la división confederada o una estructura parecida a la de la monarquía dual de Austría-Hungría, es decir, un rey con dos coronas simultáneas. El resto, más o menos, lo conocen ustedes.
Por tanto, los precedentes del nacionalismo vasco y catalán no surgen espontáneamente como un deseo de retorno a una arcadia pasada. Surgen con una intención egoísta, racista y motivaciones puramente económicas. Crecen cuando disminuye la prosperidad económica y hay que buscar culpables exteriores que sosieguen al pueblo. No cabe duda que a todo esto habría que añadir que ciertas características ayudarían a ese enroque de ambas sociedades. Pero no nos engañemos, la diferencia de lengua no es suficiente para sustentar una independencia. Y además debemos recordar que hasta el siglo XX no existía una sola lengua vasca igual que no existe una sola lengua catalana en el sentido que tuviesen una gramática única y uniforme en todo el territorio. El euskera era tan diverso como para impedir que los habitantes de un valle entendiesen a los de otro. Y en el caso catalán, también existe una diversidad reconocida entre diferentes dialectos de esa lengua.
Tampoco estaría de más fijarnos en el ejemplo del Reino Unido y el Brexit. La supuesta independencia de los territorios vascos y catalanes sería imposible en la comunidad internacional. Aunque los independentistas pretendan creerse sus propias falacias o usarlas como arma de presión contra el resto de las regiones españolas, los demás estados no tienen porqué creerse ni asumir nuevos estados europeos. Siguiendo el ejemplo de la desconexión británica de la Unión Europea, imaginemos una desconexión de Cataluña respecto de España. En primer lugar, se tendrían que renegociar todos los tratados internacionales que tiene suscritos España. Con tres casos bastará para suponer que la idealizada independencia catalana no es posible unilateralmente ni aunque España se rindiese: la Unión Europea, la OTAN y la Santa Sede. Solo tres ejemplos bastan para entender que el quehacer diario catalán cambiaría sustancialmente desde lo material hasta lo espiritual. Adaptar su normativa fronteriza, comercial, aérea, ferroviaria, marítima, defensiva, policial, pesquera, agrícola, etc. sería imposible no solo con España, lo sería con los estados fronterizos: Francia y Andorra, así como en su posición geoestratégica en la Unión Europea y la OTAN. Lo mismo puede decirse de cualquier región española que quiera imitar la senda catalana de la supuesta independencia unilateral.
Analizada la falsedad de la justificación de los llamados “derechos históricos” de las dos regiones que más claman por la reformulación del Estado español, vayamos a nuestro presente y al fondo de la cuestión que nos ocupa.
¿Podemos ser optimistas con el futuro respecto a una España unida o es una utopía? Entiendo que antes de contestar, procede realizar un sucinto análisis de las debilidades y fortalezas del modelo constitucional español actual así como sus posibles variables.
Creo no equivocarme al plantear que la mayor debilidad del actual modelo constitucional es la propia crisis del sistema político parlamentario a través del modelo bipartidista y la desafección de la sociedad respecto a la política. La cuestión del separatismo es además una flecha envenenada que ha hecho diana en el centro de nuestra convivencia nacional. Porque lo que pretende imponerse en Cataluña no es simple nacionalismo. El separatismo no es una opinión política o un ensueño romántico como el nacionalismo, sino una agresión deliberada, calculada y coordinada contra las instituciones democráticamente vigentes y contra los ciudadanos que las sienten como suyas sin dejar por ello de considerarse catalanes. Este problema es mayor que el de las amenazas independentistas. Y lo es por una sencilla razón: si los partidos políticos no son capaces de anteponer el bien común a sus intereses, se seguirá agrandando las grietas entre los independentistas y los favorables a un solo estado soberano. Dicho de otra manera, si cada partido político continua cediendo cuotas de poder a las comunidades autónomas díscolas para conseguir mantenerse en la Moncloa, el problema se irá agravando. Hemos oído repetir mil veces que hay que modificar nuestra ley fundamental hasta que catalanes, vascos, gallegos o andaluces se encuentren cómodos en ella. Y esa comodidad tiene que venirles por el reconocimiento incansable de sus diferencias, en muchos casos inventadas o magnificadas para la ocasión, y no en las plenas garantías y derechos de su condición de españoles libres e iguales. Y bien sabéis que esto no es una hipótesis, es ya una realidad. La cesión de competencias como la educación, la administración de justicia, interior o sanidad ha sido el primer paso hacia el adoctrinamiento de unas sociedades democráticamente inmaduras y susceptibles de manipulación ante problemas económicos, etc. No cabe duda que la debilidad del bipartidismo ha propiciado la cesión de competencias junto con unos privilegios de inversión y financieros que aportaban todos los elementos para el éxito nacionalista. Si se hubiesen cedido las competencias pero no hubiesen tenido esa financiación e inversión privilegiada, la distancia interregional no sería ya tan desmesurada pero tenemos lo que se ha ido sembrando desde la Transición. No hace falta la excusa del franquismo para explicar la potencialidad industrial vasca y catalana. Ya ha pasado tiempo suficiente como para haberse compensado aquella desigualdad regional si la inversión se hubiese realizado proporcionalmente para desarrollar todo el país. Pero esta constante de inyectar inversiones en las regiones más victimistas (Cataluña y País Vasco) no ha cesado. De hecho, nos encontramos a día de hoy en la paradoja de volver a favorecer a las regiones que han causado más gasto en mantener la legalidad. En términos de distribución económica y competitividad es incomprensible que Cataluña, sin haber depurado sus corrupciones ni cumplido sus compromisos de devolución de deuda, reciba un trato equiparable a otras regiones o no se mantenga la intervención de su hacienda cuando no han terminado las investigaciones sobre el uso del dinero público para alentar la ilegalidad. Debemos todos preguntarnos en voz alta, ¿ Habrá que acomodar la Constitución para que obtenga mayor autogobierno la parte de España que peor y que más desleal y traicioneramente ha empleado el que ya tiene ?. ( Fernando Savater,”Contra el separatismo”. Pgs, 16, 21, 31, 32, 33 y 34. )
Resumiendo, podemos concluir que la debilidad de los partidos políticos de ámbito nacional y su persecución del poder a cualquier precio es mayor amenaza que la propia inestabilidad creada por los independentistas. Las crisis internas de los dos partidos mayoritarios (uno con descomposición por corrupción y falta de renovación en los líderes a diferentes niveles, y otro por su quebradizo sistema federal que provoca constantes pugnas internas) han ido postergando el momento en que había que poner límites al expansionismo de la ideología totalitaria independentista. No olvidemos que vivimos una época en que existe una censura más peligrosa que la prescrita en el franquismo: el de la autocensura. Seamos sinceros: ¿realmente nos expresamos con libertad? No. La respuesta sincera es que no. Nuestro comportamiento público ya no se atiene solamente a la educación, respeto y tolerancia. Todos, en mayor o menor medida, estamos cada vez más atenazados por la presión de la opinión pública que puede destrozar una trayectoria limpia si no existe acatamiento a lo que la propaganda extiende como “lo correcto” o “adecuado”. No podemos echarle la culpa a los medios de comunicación solamente o a los partidos políticos y sus medios de publicidad. El establecimiento de los principios éticos y civiles de la sociedad española ya no se asientan en la religión o la moral dimanante del estado (lo cual no era una opción válida, evidentemente), ahora se establecen a golpe de estadística de votos y satisfacción de las mayorías negando el derecho a la información antes de la opinión. Dicho de otra manera, la sociedad española en su conjunto está en unos niveles muy graves de falta de formación ética y democrática. Se produce la paradoja que teniendo acceso a mayores posibilidades de información, el nivel de análisis y criterio es muy pobre. Los políticos españoles, desde un momento dado en que anteponen el interés propio al del país, eluden cualquier posicionamiento que le lleve a perder votos. Tenemos ejemplos clamorosos en que los gobernantes silenciaron o mintieron ante situaciones que eran de alarma nacional: el 11-M, la guerra de Irak, la crisis económica, etc. Y provocaron un problema que estamos padeciendo: la desafección de la sociedad de la política. Este hueco creado entre los partidos mayoritarios y la sociedad española ha sido ocupado por movimientos cuya acción política es negar el valor de la transición y deslegitimar las instituciones constitucionales sin presentar un modelo alternativo viable. Dicho de otra manera, como si de adolescentes se tratasen, ciertas corrientes políticas protestan y deslegitiman las instituciones que precisamente han garantizado las posibilidades para que ellos accediesen al ejercicio político. No es una cuestión de ser monárquico o ser constitucionalista, es que no se puede destruir un sistema social sin tener previsto el nuevo. Es evidente que es urgente una reforma del texto constitucional…pero no por lo que pretenden los que quieren derribar la monarquía o la financiación autonómica. Es urgente el cambio constitucional en cuanto a su desarrollo dada la situación que ha provocado su aplicación en estos cuarenta años de andadura. La realidad nos demuestra que existe disparidad de derechos y servicios según la comunidad autónoma en la que uno se encuentre. No es sensato que no exista la misma cobertura sanitaria, educativa, judicial, etc. en todo el territorio. No es un problema del texto constitucional que no es lo que deseaba provocar, muy al contrario. El problema radica en que tenemos diecisiete comunidades autónomas con un nivel de gasto imposible de sostener y que no es eficiente ni eficaz en tanto que no garantiza los mismos derechos y deberes para todos los ciudadanos. Pongamos un ejemplo sencillo. No es la Constitución la que impide que un castellano parlante reciba educación en su lengua materna en Cataluña, Baleares, Navarra, País Vasco, Galicia o Reino de Valencia. Fue la deficiente aplicación de las normas autonómicas las que han logrado que hayan comunidades de primera categoría, de segunda categoría y otras que son las “invisibles”.
Junto a las cuestiones políticas o ideológicas, no podemos olvidar que al sistema económico de capitalismo salvaje tampoco le interesa una sociedad informada, consciente y responsable. Cuando el principio rector de la sociedad capitalista es el máximo beneficio, todo lo demás es relativo. Así, tenemos a una juventud en que se agudizan las diferencias educativas y sociales: o muy preparados y condenados a marcharse para tener un futuro prometedor, o una juventud desorientada y bloqueada ante una economía global que los amenaza a la constante precariedad que impide cualquier proyecto vital. Toda la inversión realizada en universidades y formación no cataliza en la mejora en patentes e investigación que eleve a España en la categoría de naciones de primer orden. El error de las constantes reformas educativas, la falta de regeneración del modelo universitario que lo introduzca definitivamente en la élite formativa y el recorte incomprensible en investigación, hacen de España un país con un potencial extraordinario pero con una inaceptable gestión del conocimiento. El modelo económico español hace tiempo que abandonó la manufactura como motor principal trasladando su peso a las nuevas tecnologías, energías renovables, comunicaciones, servicios financieros y las incansables y heroicas pymes. Insisto en que la capacidad española no tiene nada que envidiar a cualquier país pero el desarrollo económico es incomprensible en cuanto a competitividad.
No es menor el problema de la autoestima del español. Siempre a medio camino entre la autocomplacencia y resistencia al cambio frente al espíritu emprendedor e innovador. Desgraciadamente, la falta de conocimiento de otras realidades que no son precisamente ejemplares, siempre han arrastrado un sentimiento de culpabilidad histórica que no tiene parangón en otras naciones. La historia de España es de una riqueza inigualable, sin embargo existe un constante error de subrayar las sombras e, incluso, avergonzarse de un pasado que no puede ser analizado con la perspectiva del siglo XXI. Ningún país soportaría tal examen. Pero, debo insistir en que ese sentimiento acomplejado y negacionista de la historia española solamente sirve para menoscabar nuestra imagen internacional y debilitar la cohesión interna. No es una cuestión de una falsa prepotencia del imperialismo extinguido o de las épocas doradas, es un problema de falta de conocimiento de la propia historia que lleva a manipulaciones ideológicas que solo nos impide la unión de los españoles frente a proyectos aventureros que benefician a corto plazo a intereses partidistas o agrandan nuestra distancia con las naciones más prósperas. Igual que es importante la motivación para esforzarse en conseguir una meta en un estudiante, es importante el sentimiento de una herencia histórica que nos pertenece y que nos debe impulsar a estar entre las naciones con raigambre y consolidadas. No es lógico que países de más reciente creación tenga mayor cohesión que un estado con cinco siglos de camino común. Si España siempre ha sido incapaz de eliminar la “leyenda negra”, el problema hoy es que diferentes sectores propugnan la indiferencia ante los hechos históricos positivos y contra los símbolos de la nación. Negar la legitimidad de nuestra propia historia o del progreso –con sus luces y sombras- de la nación española es un error. Ningún país se despedaza en su propia contemplación. El conocimiento y estudio de nuestra historia nos debe llevar a aprender lecciones y no para ajustar cuentas que los implicados ya ausentes no pueden saldar. ¿Es importante reconocer nuestra historia? Por supuesto que sí, pero no para remover lo que nos dividió en el pasado. Que se hable hoy de Felipe V para justificar la presión independentista de una región que estuvo dividida en dos bandos dinásticos es de ignorantes interesados.
Que España sea uno de los países más concienciados de la construcción europea no es casualidad. Precisamente los españoles son partidarios del sentimiento de unidad entre diferentes regiones porque históricamente ha sido un país de mezcla de civilizaciones y de intercambio sin excesivos prejuicios. A diferencia de otras naciones que fueron imperios colonizadores, España integró territorios de una manera mucho más civilizada y otorgando mayores derechos y deberes a los colonizados que jamás otra nación concedía. Sin embargo, la nefasta política exterior española y sus propias disputas internas nos han situado como los únicos colonizadores bárbaros mientras que Gran Bretaña o Francia gozan de un prestigio ante sus antiguas colonias como el epicentro de la civilización y la cultura. Ante la salida del Reino Unido de la Unión Europea, estamos obligados a retomar una posición de mayor relevancia en la comunidad.
Tras la amenaza terrorista de los yihadistas y las aspiraciones emergentes de China y Rusia, nos encontramos en una nueva Guerra Fría. Todo ello aderezado con la inestabilidad que provoca el actual gobierno estadounidense con una presidencia imprevisible y que esgrime por bandera que solo le interesa lo que afecte a Estados Unidos directamente. Bien es cierto que los intereses norteamericanos tienen mucho que ver con unas buenas relaciones comerciales con la Europa consumista y deudora de material de defensa así como tecnológico. Europa occidental, desde la Segunda Guerra Mundial, estableció una lógica alianza con los Estados Unidos por cuestiones de interés común. Entre otros, de colocarse bajo un paraguas defensivo ante posibles aspiraciones expansionistas soviéticas. Pero hoy los elementos de peligro que se ciernen sobre Europa son diferentes. A saber: la amenaza terrorista yihadista, la presión de la inmigración no integrada, la pérdida de competitividad industrial y tecnológica, las fuentes de energía, el envejecimiento de la población y descenso demográfico, y la amenaza militar de otras potencias. No es un panorama sencillo. Nuevamente nos encontramos ante problemas que son económicos fundamentalmente. Sí, económicos, he dicho. Europa ha dado todas las facilidades a las grandes compañías para abandonar la mano de obra europea para trasladar las factorías a lugares sin un mínimo respeto de unas condiciones laborales dignas. La trampa era sencilla: me ahorro costes de mano de obra europea y me voy a producir al tercer mundo que es más barato y tengo más beneficios. Esto ha provocado varios efectos: a) deslocalización de empresas; b) aumento del paro; c) transferencia de tecnología; d) abaratamiento de los salarios en Europa ante el peligro real de perder el trabajo si no se aceptan condiciones de trabajo precarias; e) imposibilidad de proyectos vitales y disminución de la natalidad (sin ingresos estables, no es posible plantearse crear familias); f) movilidad de la población mejor preparada y formada descapitalizando el potencial europeo en beneficio de otras naciones. España es el ejemplo paradigmático de estas consecuencias. Enunciando la situación geopolítica europea, estoy planteando la española a la que tendríamos que añadir la fragilidad de las fronteras del sur peninsular, de Ceuta y de Melilla.
La inmigración que acude a España es otro factor que traerá consecuencias más allá de la vigilancia de la amenaza terrorista. El envejecimiento de la población española y el descenso de la natalidad debería llevarnos a una mejor recepción de los inmigrantes africanos si no fuese porque no existen mecanismos realistas para su integración. Por otra parte, España es un simple punto intermedio entre África y la Europa transpirenaica, donde verdaderamente fluye un porcentaje muy alto de inmigrantes que consideran que es la verdadera tierra de promisión. La inestabilidad en África y Oriente generará migración mientras no se solucionen las razones por las que la población busca desesperadamente una salida y proyecto vital. No podemos culpabilizar a quien trata de escapar de una muerte cierta o una vida de pesadilla constante. España fue un país emigrante no hace tanto. Y no tenemos que ir tan lejos: nuestro alcalde actual nació en Holanda como consecuencia que sus padres fueron emigrantes en esos años. . La recepción de emigrantes no es un problema por sí mismo. Es un problema cuando no se hace controladamente, con una previsión y en la medida en que hay capacidad de ser absorbido con un intercambio pacífico de costumbres. El crecimiento de la ultraderecha, el nacionalismo xenófobo y la insolidaridad de las naciones europeas nos está colocando en una situación complicada. Por una parte, necesitamos población joven que compense el envejecimiento demográfico y la caída de la natalidad. Por otra parte, la asimilación de la población inmigrante no puede quedar al azar ni a la improvisación. Basta observar los ejemplos de Francia, Bélgica o Alemania donde empiezan a proliferar grupos inmigrantes que tratan de imponer su educación, costumbres o religiones de origen como norma de convivencia sin aceptar los postulados de la sociedad occidental. No es una anécdota que enfermedades erradicadas en Europa, vuelvan a tener alguna incidencia ante la falta de vacunaciones. No es ser alarmista, es una realidad que hay que contemplar porque la realidad es la que es. La emigración no va a parar porque no se interviene en los puntos de origen y hay dos opciones: vallar el mar (cosa imposible) o ser realistas. El caso del buque Acuarius o los que está rechazando Italia parece que ha provocado una pequeñísima alarma en Europa que ahora empieza a pedir medidas. Sin embargo, hace ya años que Turquía, Hungría, Austria, Italia y España llevan clamando por una ayuda que no llega ante un fenómeno que no puede controlar. La solución de la legislación de extranjería española y los CIE´s (o centros de internamiento) está demostrado que no es efectiva ni humanitaria. Tampoco es casualidad que Estados Unidos esté endureciendo las medidas de protección de sus fronteras en el sur o en los aeropuertos. Del mismo modo que tras la crisis de los sirios cruzando Francia y tratando de pasar al Reino Unido hace un par de años ha tenido su peso en la aprobación del Brexit. Dicho de otra manera, ha comenzado una carrera entre los países avanzados por blindarse y querer sostener su sociedad sin aceptar la entrada de extranjeros aunque eso cueste la vejez del país en una generación. Es decir, volvemos al todopoderoso objetivo del capitalismo: conservar el bienestar económico a costa de lo que sea (aunque signifique un país sin futuro).
España ha tenido experiencia en mezclarse con otros pueblos y debería ser capaz de encauzar la llegada de inmigrantes pero la realidad actual nos está demostrando que no es capaz ni de cohesionar sus propias regiones. Por tanto, la multiplicidad normativa de las competencias autonómicas no solamente nos afecta como españoles, también nos afecta en cuanto a población que está obligada a integrar –por la vía de los hechos consumados- a una población inmigrante que es necesaria y que va a seguir fluyendo aunque no fuese necesaria. Si los propios españoles no se respetan entre sí, mayor dificultad van a tener para acoger y reconducir mentalidades extracomunitarias. Dicho de otra manera, si entre españoles se discrimina, se impide el acceso a los mismos derechos o se facilita la integración del que procede de otra región, no cabe pensar que personas de otra cultura, educación o religión se van a adaptar con facilidad. Nuevamente necesitamos aprender de naciones de nuestro entorno y analizar sus experiencias.
Creo que he desglosado las dificultades más importantes con las que se enfrenta la realidad española para ser una nación real. Ahora me gustaría, para concluir, hacer un pequeño repaso de las fortalezas de la idea de España y unas someras conclusiones.
Algunas de las dificultades que enuncié con anterioridad, siguen significando también oportunidades para España si se sabe gestionar con sentido común. Si decía que la posición geoestratégica de España la coloca en la frontera de dos civilizaciones y maneras de entender la convivencia que están en fricción, también debemos subrayar que somos la avanzadilla de las ventajas. Por su posición geográfica, España sigue siendo el cruce de los tráficos marítimos y migratorios más importantes de Occidente al ser un paso fiable y seguro (a diferencia de Turquía o Europa del este y las naciones derivadas de la disolución soviética). Ser la puerta del Mediterráneo y la frontera con África, nos otorga la posibilidad de ser llave de muchas negociaciones. Nuestro país nunca se ha distinguido por una política exterior excesivamente hábil pero ya es hora de tomar las riendas de nuestros propios asuntos. Si estamos sufriendo la presión migratoria del Estrecho de Gibraltar, también tenemos la capacidad de establecer flujos migratorios hacia el norte. No es poco. El mayor riesgo que tenemos desde finales del siglo XX es la pérdida de Ceuta y Melilla. Esto nos condiciona en gran medida la relación con Marruecos, del mismo modo que un cierre de las fronteras españolas al tránsito del norte de Europa hacia África puede provocar graves molestias a nuestros vecinos europeos. Italia ha iniciado un pulso con los vecinos equivocados.
La construcción europea ha estado basada en un desarrollo de dos velocidades –no lo podemos negar- donde países poderosos marcaban un ritmo privilegiado (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Holanda y Bélgica) frente a otros a los que se ha desprovisto de su agricultura, ganadería, pesca y sectores secundarios para pagar el precio de la tranquilidad con el norte de África. Con la incorporación de los estados menos desarrollados de Europa del este, parece que aumenta el número de países que consideran la Unión Europea como un club selecto en que unos imponen las condiciones para incorporarse a lo bueno pero no desean saber nada del precio que los demás han tenido que pagar. Países como Polonia o Hungría donde aumenta la xenofobia y el nacionalismo radical fomentado por una ultraderecha que azuza el miedo al extranjero para no ver disminuido ni un euro sus ventajas nos muestra que falta mucho camino para llegar a unos Estados Unidos de Europa. A la Unión Europea le va a tocar bregar con la presión demográfica extracomunitaria y con la inmadurez de los estados recién incorporados que se han visto en un club selecto en que los demás han desarrollado los cimientos. Y España tiene más potencialidad ahora cuando se empiecen a comprobar los efectos de la salida del Reino Unido y las dudas que generan el euroescepticismo. Entre otras cosas, España es clave para la estrategia de defensa europea y de occidente. Incluso Estados Unidos necesita un aliado seguro y fiable en los límites de los países donde tiene intereses. Turquía está escorando progresivamente hacia un integrismo camaleónico donde juegan sus propios intereses frente a Oriente Medio y su influencia en Irak o Siria. Marruecos, otro de los aliados tradicionales de Estados Unidos, tiene unas fronteras sumamente débiles y dependiente de una monarquía absolutista que puede caer en cualquier movimiento interno del radicalismo islámico. La estabilidad de Marruecos depende más de los servicios de inteligencia españoles, franceses y norteamericanos que de la propia policía marroquí. Tampoco podemos olvidarnos del creciente interés de China y Rusia por ir tomando posiciones en el Mediterráneo y en África. Lo hemos comprobado en la guerra –no solo civil- de Siria y en el crecimiento de la marina de guerra china buscando acuerdos estables para ubicar alguna base en África. Teniendo en cuenta este último factor, nuevamente España es la frontera que le hace a Europa el trabajo de sostener la defensa de su frontera más cercana y vigilar el crecimiento . Esta razón ya es más que suficiente para tener la certeza del rechazo de Europa a cualquier posibilidad de disgregación de España en diferentes naciones independientes. Si nos fijamos detenidamente, desde aquella época de las antiguas bases norteamericanas de la Guerra Fría, estamos en un momento de localización de mayores instalaciones y cuarteles de mando dando servicio al mando europeo, a la OTAN y a Estados Unidos. No es casualidad. Por tanto, somos una pieza necesaria para la defensa europea y occidental y debemos saber gestionar la rentabilidad de esta situación. Somos el aliado europeo seguro aunque haya unas regiones que “jueguen de farol y extremada deslealtad” (si se me permite la expresión coloquial).
Económicamente, España sigue teniendo posibilidades muy interesantes en cuanto a ser una potencia mundial de turismo. Esta capacidad debe seguir desarrollándose en torno a su riqueza monumental y cultural que debe conjuntarse con el crecimiento de un idioma: el español castellano. Es absolutamente absurdo que el español crezca en Estados Unidos hasta poner en peligro el inglés en algunos estados y que en su cuna esté amenazado hasta el punto de ser ignorado en regiones que podrían beneficiarse también de este desarrollo turístico. Países como China o Rusia crecen en interés por el idioma español y esto es un mercado de infinitas posibilidades pero que no puede dejarse escapar. Recordemos que el español no es un monopolio nuestro. Existe toda una comunidad hispanoamericana que puede atraer y potenciar el español como la lengua franca. Su demografía se lo puede permitir si conquista el norte de América. Estamos hablando de prospección a largo plazo.
España no es un país por construir, es un país por ordenar que es muy diferente. Las cuestiones por reconducir son las mismas que apuntamos como debilidades y que exigen un análisis sosegado de una clase política y dirigente que ya ha agotado la confianza de los votantes. La desafección de los ciudadanos por la política han marcado el fin del bipartidismo con la aparición de nuevas formaciones que han puesto en evidencia que es necesaria otra forma de hacer política. De momento ya hemos avanzado en que es necesario negociar y pactar para llegar a algún tipo de gobierno. Cada vez son menos los gobiernos autonómicos o municipales que disfrutan de la mayoría absoluta que era usada como “rodillo” durante cuatro años. Aunque veamos disfunciones y gobiernos inexpertos, creo sinceramente que hemos mejorado en cuanto vuelve a abrirse a la pluralidad y obliga a una forma diferente de hacer política. Lo que en la transición fue un ejercicio de responsabilidad histórica para pactar, hoy es el realismo de tener que pactar si se quiere gobernar.
Sería deseable que más pronto que tarde se aborde la reforma de la ley electoral y de la obligación de aplicación de una verdadera democracia en los propios partidos con listas abiertas. Recordemos que cuando el PSOE planteó sus primeros ensayos de elecciones primarias, muchos dudaron de su eficacia y de su futuro. Hoy, el actual presidente del gobierno es el ejemplo de llegada a la Moncloa tras numerosas vicisitudes en su propio partido. Lo que parecía imposible ya es realidad: los partidos deber ser democráticos internamente antes de presentarse ante sus afiliados, simpatizantes y potenciales votantes. El último ejemplo lo vamos a ver en la elección de la presidencia del PP. ¿Podemos concluir que algo está cambiando? Sí. Definitivamente, sí.
El progresivo desarrollo de la administración electrónica está significando también un avance mayor del que podíamos suponer pero que será fallido sin una cohesión entre las distintas comunidades autónomas. La revolución tecnológica y digital está transformando la sociedad y los medios de producción. En este punto, todos los países se incorporan desde el mismo lugar con capacidad para desarrollarse sin tanta desventaja, Un ejemplo lo tenemos en la cantidad de españoles que son cotizados desarrolladores de software. En teoría, de un país de segundo nivel, no podría haberse esperado este liderazgo. La Indía e Irlanda o Rusia, están destacando por su capacidad de desarrollo en informática. ¿ Que quiero decir con esto ?. Que el futuro de las nuevas profesiones no es una meta inalcanzable por la debilidad industrial española si sabemos invertir adecuadamente. Debemos de tener un saludable optimismo. Igual que la tecnología de las renovables, la construcción civil y la industria relacionada con los medios de transportes, talgo, tren de la Meca, metro de Medellín, son obras internacionales que repercuten en el prestigio de la marca España y que debemos saber aprovechar colectivamente. El ciudadano debe continuar la asimilación de sus derechos y deberes para abandonar la posición de ser sujeto pasivo. El ciudadano tiene que madurar y formarse en cuanto le corresponde de sujeto activo y corresponsable del futuro propio y de las generaciones venideras. La actual juventud tiene las mayores posibilidades de acceso a la información que ha conocido la humanidad hasta el momento pero adolece de las ayudas adecuadas y de cierta falta de criterio y capacidad de análisis en las que apoyarse en cuanto a participación en opciones serias en las cuestiones públicas. Una vez que desaparezca la generación que hizo la transición y la educada en el posfranquismo, es muy importante que nuestra juventud comprenda nuestro pasado y aproveche las opciones de futuro debidamente formadas y asesoradas.
Entiendo que no hay problemas insalvables, hay dificultades y factores coyunturales que deben dirigir nuestra visión de futuro. Quizás, este sea uno de los problemas de los políticos españoles en la actualidad: no ver a medio o largo plazo lo que se avecina por estar demasiado pendiente del cortoplacismo electoral. No siempre se puede tener a mano una generación de líderes capaces y actualmente, resulta más complicado en tanto que el ejercicio político está tan desprestigiado y en manos poco habilidosas. Pero no soy pesimista. Creo en la generación que nos está siguiendo y que está formada, ha viajado para conocer otras realidades y que tiene mayor rapidez en adaptarse a unas condiciones que la crisis económica brutal ha exigido soportar. Si hace solo quince años nos hubiesen dicho que nuestros hijos –muchos de ellos, universitarios- iban a estar viviendo y saliendo adelante en Alemania, Abu Dabi, Arabia Saudita, China, Corea del Sur o Estados Unidos, no lo habríamos creído. España siempre tierra de soñadores y aventureros. Hoy es una aventura apasionante ser español en España, una nación que es y será una realidad nada utópica. Todos nosotros tenemos el deber y el derecho de estar orgullosos de nuestro pasado y de contribuir de la mejor manera posible al futuro de España. Cada uno en la medida de sus posibilidades y de su radio de acción, no hay aportación que sea insignificante. Y, precisamente, estamos en una ciudad que comprende perfectamente lo que es resistir y sobrevivir. Una y mil veces, Cádiz ha sabido ser y reinventarse. Por tanto, no veo que eso mismo no sea algo que ocurra en otras partes puesto la historia española en tan rica en ejemplos de destrucciones y resurrecciones que no hay mejor lección que pueda ser mostrada. Conocemos las dificultades y ahora nos toca no rendirnos ni esperar a que otros hagan lo que no harán. Cada uno tiene una capacidad que debe ser generosamente entregada a ese bien común que debe beneficiar a toda la sociedad. Incluso por egoísmo, estamos llamados a ser partícipes y activos del futuro para que nos aporte lo que deseamos: una sociedad que pueda considerarse encaminada a ofrecer la felicidad de sus ciudadanos. España merece el esfuerzo. No defraudemos a nuestro pasado y no nos defraudemos a nosotros mismos.
Permítanme que termine estas reflexiones solicitando a todos los presentes que alcemos nuestra voz y gritemos con orgullo, “VIVA ESPAÑA”. Muchas gracias.
He dicho.