LA OPORTUNIDAD DE ESPAÑA
POR LA JUNTA DIRECTIVA DEL ATENEO DE CÁDIZ.
OCTUBRE 2013
Este país lleva siglos esperando una bonanza económica y política que nos reconcilie con el pasado, nos haga disfrutar del presente y buscar un futuro sensato. Siempre hubo un culpable o un motivo que lo impide. Ahora es el de nuestra fallida transición. Nunca se habla de la responsabilidad propia y del momento presente.
Somos uno de los países con más historia, pero de los más traumatizados y acomplejados. Cualquier país sensato, honra a sus héroes e intelectuales, ensalza sus hazañas, reconoce sus errores y pasa página para seguir construyendo su futuro. Pero esto no ocurre aquí. Este sigue siendo el país que Goya representó en “duelo a garrotazos” históricos, por cualquier causa o motivo y sin tener en cuenta la oportunidad del momento.
España es el resultado de muchas generaciones de esta península, los territorios insulares y de todos los territorios que han formado parte de la idea “España”. A muchos ciudadanos no nos parece que España sea algo artificial o “discutible”. A estas alturas del Siglo XXI, es evidente que hay ideas perfectamente respetables pero sin demagogia, ni trampas que sirvan para la separación y el enfrentamiento entre compatriotas, para lograr tapar un escándalo, conseguir réditos políticos o mayores cuotas de poder.
En los últimos años asistimos a una insistente demolición de los principios e ideas que coadyuvaron al proceso de la transición de una dictadura a una democracia todavía joven. Hoy se pone en duda todo lo que supuso aquella época de una forma imprudente e irresponsable. Una de las ideas que se repite con insistencia para “la galería manipulable” es que “aquella Constitución de 1978” no la votaron gran parte de los actuales votantes. Nada que objetar, siempre y cuando ese mismo argumento pudiese aplicarse a la Declaración de Derechos Humanos que nadie discute o a toda la legislación que ha servido para progresar en los últimos treinta años.
¿Si no sirve ya la Constitución de 1978, sí pueden servir los estatutos de autonomía dimanados de ella? Cuando en 1812 se promulgó la gaditana constitución, se hablaba de los españoles de ambos hemisferios y en 2013 parece que unos pocos metros diferencian a “naciones” como si nunca debieran haber estado juntas…. Y lo triste no es solo que lo escuchemos como un mantra demagógico, si no que está dando los frutos de una constante cesión a los chantajes autonómicos hasta llegar al resultado de no entender nuestra propia historia.
Viajen por España y pregunten a los escolares y comprenderán de lo que les hablo: de cómo pueden llegar a no comprender que la historia de las regiones está interrelacionada o cómo pueden creer que los únicos represaliados en la dictadura fueron solo unas regiones mientras parece que otras gozaban de una vida paradisiaca….
Sigamos con alguna cuestión práctica: supongamos que ahora una región se independizase con su demagógico discurso. ¿Los hijos de matrimonios formados por catalanes y “charnegos” tendrían doble nacionalidad? ¿tendrían que elegir? ¿cuándo se puede elegir ser catalán o ser “nacional” de otra región? La Unión Europea, siempre errática y cautelosa, ha dejado clara cuál es la postura: la región española que deje de formar parte del Reino de España, dejará de formar parte de la Unión Europea como otros tantos países que no han conseguido firmar sus tratados de adhesión tras muchos años de recorrido.
Ya está bien de tanto chantaje basado en unos tergiversados hechos históricos como si las demás regiones no tuviesen su “pedigrí”. Porque…¿quién decide cuál es el hecho histórico que sustenta los argumentos para autoproclamarse nación diferente a España? ¿La Guerra de Sucesión? ¿La evolución del latín hacia una lengua diferente? Cualquier nación o estado civilizado es el fruto de muchos acontecimientos y generaciones que han vivido, crecido y muerto en un territorio. ¿Sería imaginable que Florida o California pretendiesen la independencia de los EEUU argumentando su cultura y origen español?
Hoy, los mismos que usan derechos consagrados, los utilizan para corromper desde dentro el sistema ideado. Y esta corrupción ha alcanzado todos los niveles: partidos políticos que imponen la “ley del partido” a sus diputados para que no discrepen; los territorios que ven reconocida la co-oficialidad de su lengua represaliada, imposibilitan ahora el correcto aprendizaje de la lengua común oficial; la descentralización del poder ha derivado en diecisiete reinos de taifas con insostenibles costes y paradojas donde resulta casi imposible trasladarse o trabajar sin una pesadilla de vida. Eso es una realidad.
Tampoco quiero dejar de reflexionar sobre los símbolos del Estado. Es obvio que la monarquía no pasa por sus mejores momentos por errores propios y ataques externos. La mayor parte de Europa es republicana, lo cual no implica que sean naciones con un mayor nivel de bienestar social por esa causa. Actualmente todas las Instituciones del Estado están bajo una tormenta de acusaciones. Pero cualquier buen modelo puede derivar en desastre si lo pilota la persona inapropiada.
España necesita soluciones, necesita liderazgo, necesita referentes y necesita recuperar la autoestima. Ante el caos, la destrucción parece ser la consigna. La bandera española se convierte en “arma” para insultar o despreciar al que la trate con respeto (y conste que gracias a la selección de fútbol ha ganado “enteros”, lo cual es para un estudio sociológico…). Los símbolos van asociados a una cultura y a una historia que ha sido un resultado de muchos esfuerzos y vidas. Al idioma se le llama “castellano” en su cuna mientras que el resto del mundo que anhela aprenderlo lo llama “español”.
No somos un país orgulloso de nosotros mismos y eso es un problema añadido a cualquier otro que tengamos. Los fantasmas reaparecen una y otra vez para entorpecer cualquier posibilidad de avance. La desgracia es que algo se repite en nuestra historia como si fuese un gen maldito: el “conmigo o contra mí”.
Y ya deberíamos haber aprendido. Debemos negarnos a renunciar a esa parte que todos llevamos en nuestra sangre, sangre andaluza, catalana, asturiana, vasca, gallega, leonesa, ceutí, genovesa o americana. Quizás mañana podamos abrir un debate sobre qué debe ser más conveniente para disfrutar de mayores delicadezas. Hoy es el momento de estar unidos, superar las diferencias (o aparcarlas si es necesario) y ponernos manos a la obra para conseguir sacar adelante a todos y cada uno de los españoles que están sufriendo el paro, el desengaño y un presente angustioso.
Nos estamos jugando demasiado: el futuro de nuestros hijos, antes que terminen casi todos por emigrar y acaben huyendo de una nación que solamente les da quebraderos de cabeza y ninguna solución. España merece la pena pero tenemos que aprender a amarla. Y eso no es posible si seguimos empeñados en no conocer nuestra historia -toda nuestra historia- (no solamente la de nuestra ciudad, provincia o región), nuestra cultura –todas las que conforman la identidad española- (y no solamente la que contribuya a separarnos o dividirnos) y nuestro paisanaje. Estamos obligados a entendernos y a superar este momento. España debe ser una oportunidad para todos los españoles sin excepción. No la tiremos por la borda.