LA CULTURA GADITANA: SIGLOS SIN PRISAS NI PAUSAS
de Ignacio Moreno Aparicio (Presidente del Ateneo) – La Voz Digital del 28/02/2015

 

Tratar de descubrir la cultura gaditana es adentrarse en un pasado histórico milenario y encrucijada de casi todas las civilizaciones mediterráneas y atlánticas. Cualquier población se ve determinada en su presente por su pasado y su economía y en este sentido, encontramos el rasgo fundamental: Cádiz es una ciudad que tiene una cultura superviviente. La ciudad vive entre los sueños gloriosos de su pasado y su eterna situación de crisis que arrastra desde que perdió el monopolio comercial con América. A pesar de la sensación de fatalismo de su situación económica (ya en el siglo XIX se añoraban los encargos a sus astilleros y la atracción de fuentes de riqueza más allá de las actividades portuarias), sigue sobreviviendo el poso de ciudad antigua, culta y que echa de menos el esplendor que tuvo no hace tantos siglos. Indudablemente, en el ideario colectivo está grabado a fuego haber sido la capital del reino en el periodo de la Guerra de Independencia y de las Cortes doceañistas. Esta ciudad con una identidad orgullosa, que se alarga durante todo el XIX, asiste al tránsito de tropas hacia las guerras hispanoamericanas, africanas y de las últimas colonias. Será testigo en primera fila del cambio de situación geoestratégica de España. Esta situación marcará la filosofía vital de una ciudad que trata de buscar un futuro en un istmo sin terrenos de expansión (muy condicionado por las servidumbres militares) y sin unos ingresos comerciales e industriales que aseguren su sostenibilidad económica de forma indefinida. Esta situación ha influido hasta el presente con pequeñas matizaciones: búsqueda del mantenimiento de la actividad portuaria y de construcción naval, consolidación del turismo como una verdadera industria y la necesidad de un revulsivo sociocultural que le permita sobrevivir de su atractivo histórico y cultural. La realidad es que caminar por cualquier calle de Cádiz es tener la posibilidad de introducirse en un viaje en el tiempo a través de los diferentes vestigios que uno puede apreciar con los cinco sentidos en toda su plenitud.

Si caminamos usando el sentido de la vista, pasaremos de forma continua ante un pasado fenicio (yacimiento Gadir), romano (teatro), árabe (estrechez de calles en algunos barrios), medieval cristiano (restos de la muralla de la villa o vestigios religiosos), de la edad moderna (casa de contaduría, recinto amurallado, etc.), el maravilloso conjunto del siglo XVIII, las casas palacio de arquitectura isabelina del XIX o las construcciones modernistas y ejemplos de una variada arquitectura del XX (incluyendo la industrial de las torres del tendido eléctrico sobre la Bahía). Resulta imposible pasear por su casco antiguo sin contemplar alguna edificación, rincón u ornamento que no llame la atención y satisfaga el sentido estético.

Por otra parte, la ciudad cuenta con un increíble patrimonio arquitectónico religioso que, inexplicablemente, ha permanecido casi oculto para el resto del mundo. Joyas como el Oratorio de la Santa Cueva donde se aúnan una edificación exquisita del XVIII con cuadros de Goya y haber sido la razón de ser de la partitura de “Las Siete últimas Palabras de Nuestro Señor en la Cruz” del compositor Franz Joseph Haydn son motivo suficiente para visitar la ciudad; a eso podemos añadirle la peculiaridad de ser una de las pocas ciudades españolas con dos catedrales (aunque una sola ostente en la actualidad tal rango) o tener un monumento que siendo una belleza y proeza técnica constructiva con su forma elíptica y su cuadro de Murillo, fue sede de las Cortes de 1812. Limitada por su escasez de terreno, los siglos han ido superponiéndose hasta llegar a situaciones tan afortunadas como complejas de tener un teatro romano que sirva de cimientos a una catedral finalizada en el siglo XIX, a una muralla medieval o a un barrio originado en el medievo. No es fácil decidir en esta ciudad qué es más importante conservar o excavar… Iglesias y conventos fundados en torno a la prosperidad del imperio español reflejan también un pasado lleno de sueños de gloria y asaltos que casi arrasan la ciudad debido a su misma riqueza y abundancia.

En la actualidad, no existe una única “cultura gaditana” o quizás sí. En su marco se entrecruzan gustos, estéticas y opciones complementarias o contradictorias, sencillas o complejas. Musicalmente, todo es posible: desde el carnaval hasta un flamenco de cuna antigua o un fondo musical mucho más rico y variado de lo que se presupone. No es casualidad que fuese cuna de Falla y su música o una de las ciudades con magníficos órganos de iglesias mimados y de calidad contrastada. La luz de la ciudad ha sabido impregnar una colección pictórica notable donde es posible encontrar obras únicas y originales de Murillo, Goya o el Greco (entre los “clásicos”) y ver nacer al talento actual del retratista Hernán Cortés. Y por ende, no quedan atrás las letras y la literatura tanto como lugar donde ocurren narraciones y novelas de fama internacional (desde “El Asedio” de Arturo Pérez-Reverte hasta algunos de los mejores “Episodios Nacionales” de Pérez Galdós) y donde autores de todos los tiempos (Cadalso, Vargas Ponce, Muñoz Seca, Pemán, Ramón Solís, Rafael Alberti, Fernando Quiñones, etc.) supieron transmitir a sus lectores ese tono propio y diferente.

Pero no es fácil asimilar la variedad cultural de Cádiz sin entender un poco de su Carnaval, de su Semana Santa (iconográficamente espléndida y con una imaginería de incalculable valor esperando su justo reconocimiento por su calidad y cantidad) salpicada de las mejores escuelas de escultura imaginera o esa forma de hablar impregnada de términos marítimos apropiados a una traducción terrestre de la vida. Y no será fácil asimilar esa cultura pero es muy fácil sentirse cautivado por sus gustos y maneras: unas veces extremadamente relajadas y otras veces extremadamente protocolarias en según qué ocasiones o festividades. Y es que en un reducido espacio conviven entidades religiosas de casi quinientos años de edad (como cofradías o hermandades) junto a otras civiles de apenas dos siglos con un ritmo incansable de actividades gratuitas diarias como el Ateneo (donde tiene cabida desde una tertulia filatélica hasta una de filosofía, una de ciencias o de diferentes idiomas, etc. llegando a ocupar hasta tres espacios distintos con sus diferentes temáticas en una sola tarde). El tiempo en Cádiz es un concepto relativo puesto que pasamos en apenas cien metros cuadrados desde un yacimiento fenicio (“La Casa del Obispo”) que casi linda con un teatro romano que sirve de soporte a una catedral construida sobre una mezquita que a su vez fue templo visigodo hasta una Casa Palacio del “Almirante” con su esplendor de la flota de Indias o llegar a un Ayuntamiento reformado e isabelino. Y si eso puede contemplarse en apenas cien metros, no cabe duda que muchos más tesoros y descubrimientos aguardan sin estridencias ni grandes multitudes turísticas con una vida atemperada por los vientos y el sonido del mar omnipresente en todas las vistas que se puedan tener. Porque Cádiz es mar, se mire hacia donde se mire. De ahí parte su belleza y su ilusión. Siendo una ciudad económicamente castigada, mantiene un importante abanico de ofertas muy exclusivas: museo litográfico (de los más importantes del mundo), museo del títere, las vistas de una de las primeras cámaras oscuras europeas o el recién estrenado yacimiento fenicio Gadir, entre otras “delicatesen”. Y es que, una de las cosas que más puede sorprender al foráneo o al transeúnte es la apertura de la ciudad a sus cosas: no hay extraños. La ciudad, “ciudad abierta”, es una sabia amalgama de gentes de procedencias tan diversas como los apellidos que salpican cualquier guía. No hay gaditanos que no mezclen sangre de muchas regiones o países en sus venas y quizás, por esa razón, no existe una sensación del exclusivismo o del elitismo cultural. Toda actividad cultural está abierta a todo el que pueda sentirse atraído sin necesidad de adhesión, filia o fobia a entidad organizadora o anfitriona. Otra rareza exclusiva de Cádiz. En cualquier terraza de una plaza conviven perfectamente el poeta con el “carnavalero” o el apasionado de la música sacra y el autor de cómics sin saber muy bien dónde termina una conversación y dónde empieza otra. Quizás la ventaja de vivir en un espacio de terreno tan limitado obligue a una convivencia amable y tolerante. Incluso en sus pequeñas rencillas inevitables se convive sin estrecheces culturales gracias a un innato sentido del humor sobradamente irónico, de un agudo doble sentido con su pizca de sorna y de socarronería de pueblo viejo y sabio. Una línea difusa en que lo serio es demasiado absurdo como para ser tenido en cuenta y lo absurdo precisa necesariamente una perspectiva seria. Vivir y dejar vivir con un sentido del “tempo” que trasluce una mentalidad de inmortalidad aparente. Nada es para siempre….pero siempre Cádiz ha estado aquí y seguirá…¿por qué preocuparse?

Por último, si tuviésemos que hacer un “botiquín cultural de emergencia”, no debería dejarse de ver los sarcófagos fenicios, el casco antiguo conservado casi intacto desde el siglo XVIII, sus museos (provincial y de “Las Cortes”) o un paseo por todo su perímetro amurallado asomado al mar (testigo mudo de una época de esplendor y de guerra) y, quizás, lo único que no puede conservarse en una fotografía….la conversación rica, sabia y antigua de una ciudad que se renueva sobreviviendo siglo tras siglo con el sonido del mar y el viento como fondo. Pero sobre todo, Cádiz es ella misma: un tesoro que envuelve a otros pequeños tesoros que nunca terminan de sorprender. No hay visitante de Cádiz que no se marche con dos sensaciones: la de haber necesitado más tiempo para conocer toda su belleza y la de sentir la necesidad de volver pronto para respirar su inigualable forma de vivir los siglos…

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